Andi Uriel Hernández Sánchez
Desde el punto de vista de la ciencia del materialismo-histórico, el “imperialismo” no solo es una categoría de carácter político o militar, es principalmente una categoría económica que alude a la fase de mayor desarrollo y expansión del capitalismo como modo de producción dominante en todo el mundo y cuyo estudio permite comprender los complejos fenómenos económicos y geopolíticos de la actualidad.
El gran líder revolucionario Vladimir Ilich Lenin profundizó en el estudio de la sociedad capitalista y sintetizó con gran agudeza las características principales de la fase imperialista, plasmando sus conclusiones en el libro “Imperialismo, fase superior del capitalismo”, escrito en 1916, dos años después de que inició la Primer Guerra Mundial.
En su libro, Lenin explica que son cinco las principales características del imperialismo como fase superior del capitalismo: 1) La concentración de la producción y centralización de los capitales que conduce a la creación de monopolios que reemplazan la libre competencia; 2) la fusión del capital bancario e industrial y la formación de capital financiero sobre la base de esta fusión; 3) la gran importancia adquirida por la exportación de capitales frente a la exportación de bienes; 4) el surgimiento de asociaciones monopolísticas internacionales de capitalistas que se reparten el mundo entre sí y, por tanto, 5) la distribución completa de la Tierra entre las mayores potencias capitalistas.
Así pues, la fase imperialista del capitalismo es una resultante natural de la concentración y centralización de la riqueza en manos de unos pocos industriales y banqueros primero al interior de las naciones de capitalismo avanzado y, posteriormente, a nivel mundial.
El incremento de la producción de mercancías de los monopolios no se ve compensado por un aumento del consumo, por lo que la capacidad de producción excede la demanda del mercado interno y además se satura de capital. Por tanto, una buena parte de las ganancias de los capitalistas ya no se reinvierte de forma productiva, sino que se acumula en forma de ahorro. La única salida para ese ahorro es la exportación de bienes y capitales a mercados extranjeros y, dado que las naciones capitalistas avanzadas protegen sus propios mercados internos, dicha expansión sólo es posible subyugando naciones menos desarrolladas.
Esa fue la base económica del reparto del mundo a finales del siglo XIX y de la formación de los imperios coloniales encabezados por Inglaterra, Francia, Italia, Holanda y, posteriormente, Alemania, Japón y Estados Unidos, quienes lograron dominar vastos territorios en los cinco continentes. Las pugnas entre estos países provocaron las dos guerras mundiales del siglo XX y la pérdida de millones de vidas humanas. El resultado final de la lucha interimperialista fue, de hecho, la disolución de los imperios coloniales formales y la conformación de un solo imperialismo mundial encabezado por los Estados Unidos de América, bajo cuya égida se plegaron los viejos imperialismos europeos.
El imperialismo moderno tiene diferencias formales con respecto al imperialismo del siglo XIX y mediados del XX, pero en esencia continúa pugnando por la dominación económica total del mundo.
Según el economista y sociólogo marxista Doménico Moro, una de las principales diferencias radica en que, desde mediados de 1970, mediante la “globalización” se impulsó la formación de un solo mercado mundial al que quedaron subordinados los mercados nacionales de todos los países.
A principios del siglo XX, los mercados en los que operaba el capital eran nacionales y las empresas, incluso las grandes, eran empresas nacionales. Además, los mercados estaban protegidos por elevados aranceles para defender las industrias locales y las colonias formaban parte de esta protección aduanera, porque eran extensiones de los mercados nacionales. De ahí la existencia de un imperialismo formal, basado en la gestión directa y administrativa de las colonias.
Hoy ya no hay colonias ni una división formal del territorio entre las potencias imperialistas; el imperialismo es de tipo informal. Ya no existe un dominio administrativo directo sino indirecto, sobre todo financiero y económico, sin embargo, el aspecto militar sigue existiendo.
Además, a diferencia de la época de Lenin, en la cual el dominio lo tenían los monopolios nacionales, el mundo actual es controlado por grandes oligopolios con presencia en todo el mundo, en forma de empresas multinacionales, es decir, que tienen su base principal en un país, pero con su producción repartida por todo el mundo o bien en forma de trasnacionales no solo con la producción sino con propias cabeceras o centros de operaciones repartidas por el mundo. La competencia capitalista actual es entre multinacionales y trasnacionales.
Sin embargo, las tesis principales de Lenin sobre el imperialismo siguen plenamente vigentes. “El primer aspecto y el más importante reside en el hecho de que hoy, como hace cien años, el capital se caracteriza por una sobreproducción de bienes y una sobreacumulación de capital, por este motivo existe una tendencia de las empresas a expandirse en el extranjero, tanto en los países avanzados, donde hay mercados más ricos, como en los países subdesarrollados, donde la tasa de ganancia es mayor” (elviejotopo.com).
Otro aspecto vigente del análisis de Lenin es el parasitismo de los países imperialistas, pues tienden a importar mucho más de lo que exportan como resultado de la transferencia de parte de sus industrias y manufacturas a países periféricos. Esto significa que los países imperialistas producen menos de lo que consumen.
De tal manera que el déficit comercial de estos es muy elevado, lo que a su vez se combina con altas deudas públicas. En los Estados Unidos la deuda comercial en 2023 alcanzó los 1 mil 152 millones de dólares, mientras que la deuda pública se situó en 30 billones de dólares, equivalente al 122.3% del PIB.
Además, Estados Unidos tiene el monopolio de la impresión del dólar, la moneda de intercambio mundial y sus grandes banqueros controlan tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial, dos organismos de especulación y crédito que han sido utilizadas para imponer modificaciones a las políticas de las naciones débiles para dejarlas a merced de los poderosos intereses de los oligopolios imperialistas.
Y, por supuesto, el imperialismo contemporáneo también se basa en su fuerza militar, igual que el siglo pasado. Estados Unidos es el país que más gasta en armamento, sostenimiento y preparación de su ejército. En 2023, el gasto militar estadounidense ascendió a 916 mil millones de dólares, más de tres veces el de China (296 mil millones) y nueve veces el de Rusia (109 mil millones). Posee 700 bases militares repartidas por todo el mundo con lo que se asegura el control del mundo y con sus portaviones nucleares controla el flujo de mercancías en todos los mares del planeta.
Su fuerza militar ha sido utilizada en innumerables operaciones militares y golpes de Estado por todo el mundo: desde Corea en 1950 hasta Ucrania y Gaza en la actualidad, pasando por Cuba, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria y otros países que no aceptaron la hegemonía estadounidense. De hecho, Estados Unidos es un país en estado de guerra permanente.
Así las cosas, es irrefutable la existencia de un imperialismo mundial económico, militar y político, aunque tenga cambios formales con respecto al viejo imperialismo. Pero en la actualidad la lucha de los pueblos explotados de la Tierra tiene en común la lucha en contra del mismo imperialismo y los mismos explotadores.
A nivel internacional Rusia, China y los BRICS encabezan la rebelión mundial de los países sometidos, sin embargo, debe ser la acción organizada de los trabajadores al interior de cada una de las naciones explotadas la fuerza determinante para superar la subyugación imperialista y construir un mundo mejor, mucho más vivible para los seres humanos. Esta tarea también nos concierne a los trabajadores mexicanos.